jueves, 28 de septiembre de 2017

FINLANDIA NO ES EL LOURDES DE LA EDUCACION



Todavía me sorprendo con los análisis y soluciones que se proponen desde algunos despachos de las administraciones educativas y en las tertulias de periodistas y políticos. He escuchado frases como: “¿qué hacen en Finlandia para quedar tan bien?” ó “copiemos lo que hacen los países que mejor funcionan”.

Me comentaba un colega de la universidad de Turku (Finlandia) que, desde la publicación del PISA 2003, el país parecía Lourdes. Decenas de expediciones de responsables educativos (muchos de España) peregrinaban para beber el secreto del éxito. A su regreso, con la simplicidad que caracteriza a los tecnócratas, pontificaban: “hay que copiar el modelo finlandés”.

Es poco conocido que, analizando con detalle los resultados de aquella edición del PISA, la zona europea con mejores resultados no era Finlandia, sino Flandes. ¡Otro destino para las peregrinaciones!. Si así hubiese sido, los romeros de los dos santuarios educativos hubieran entrado en una fase de gran desconcierto. Y es que el sistema escolar de Flandes se parece muy poco al finés. Es más, son dos modelos muy diferentes en ordenación, titularidad de la red, políticas educativas y otros elementos. Lo cierto es que existen sistemas educativos que, aplicando modelos de ordenación, formulas organizativas y niveles de inversión financiera muy parecidos, obtienen resultados totalmente distintos. Otros, con modelos diferentes, como o es el caso de Finlandia y Flandes, llegan a resultados similares.

Y es que los países de la Unión Europea son un mosaico en las formas de organizar la educación, en los sistemas de financiación, en los procedimientos de formación del profesorado, en la titularidad de los centros, etc. Sin embargo, sí que existe un denominador común en todos ellos: garantizar la universalización de la educación hasta los 16 o 18 años, y asegurar la igualdad de oportunidades. Pero para conseguir estos objetivos existen caminos diferentes.

Son diferentes los modelos politico-adminitrativos: en unos, el gobierno del sistema educativo se realiza de forma muy centralizada, como Francia; en otros, es competencia casi exclusiva de los gobiernos regionales. En los países nórdicos, como Finlandia, los municipios o administraciones de ámbito supralocal son los que tienen las competencias en casi todos los aspectos de la gestión. Alemania tiene tantos sistemas educativos como Länder (16). En los últimos años se están produciendo procesos de reorganización interna en casi todos los estados europeos. Mientras que los países de estructura descentralizada tienden a buscar caminos de unificación o de armonización, en los de tradición centralista se está intentando desconcentrar o descentralizar.

La ordenación tampoco es homogénea. Hay sistemas educativos que mantienen itinerarios diferenciados para el alumnado, en algunos casos desde los doce años, y al final de cada uno de estos se alcanzan titulaciones terminales diferentes. Otros, como Finlandia o España, han adoptado lo que se califica como escuela comprensiva, donde todos los escolares estudian con los mismos objetivos, en las mismas aulas y con la misma titulación final en la etapa obligatoria que, generalmente, concluye a los 16 años. La razón que se esgrime para defender la escuela comprensiva es que garantiza mucho mejor que toda la población alcance los niveles adecuados de educación. Aunque esto no es así en la mayoría de los casos.

También encontramos diferencias en diversos elementos que, en España, se consideran de gran relevancia para definir la calidad de un sistema: en el número de horas lectivas anuales para cada etapa: a más horas mayor calidad y, en cambio, sistemas que se consideran buenos tienen muchas menos horas que, por ejemplo, Portugal o España. En el inicio de la edad de escolarización (en Finlandia a los cinco o seis años, en España a los tres). En los salarios del profesorado: España se encuentra en la zona alta con mejores retribuciones medias que Polonia o Suecia y con resultados no tan buenos. En el gasto público, en el que países como Dinamarca dedican muchos más recursos que países de su zona que alcanzan mejores rendimientos escolares, como es el caso de Holanda o Finlandia, etc.

Ninguno de los indicadores citados explican, por si solos, la mayor o menor eficacia de los sistemas o el grado de equidad de la educación. Existe unanimidad entre los expertos a la hora de detectar los principales problemas: el fracaso escolar de un sector demasiado amplio del alumnado de la secundaria obligatoria; la débil relación entre el sistema educativo y el productivo; la insuficiente incorporación de las nuevas tecnologías a la actividad didáctica del profesorado; las dificultades de la incorporación masiva de la población inmigrante; la aparición de brotes de violencia en las escuelas, etc. Pero no hay unanimidad en las soluciones generales que se deben adoptar para superar estos problemas.

Lo que parece claro es que la formula de importar modelos de otros lugares no suele funcionar. Es importante estudiar las medidas y políticas que han adoptado los países en los que mejor funciona el sistema educativo, pero no para copiarlas, sino para aprender de ellas. Las soluciones siempre deberán considerar la propia realidad social y la historia y tradición de su sistema educativo. Si lo desean, vayan a Finlandia a buscar remedios, pero recuerden que los que copian no aprenden. En ese frio país hay mucha agua, pero la que tienen no es milagrosa. ¡Vaya, que no es el Lourdes de la educación!.

Joaquín Prats
Publicado en ESCUELA