jueves, 12 de enero de 2012

La ciudad educadora es mucho más que una tribu

La ciudad educadora es mucho más que una tribu

Joaquín Prats. Publicado en ESCUELA,  8 de Enero de 2012

La frase  “Para educar a un niño se necesita toda la tribu” significa que no es suficiente para este fin el esfuerzo de la familia y la escuela, ya que la responsabilidad en la educación se extiende al conjunto de la sociedad.

 Pero el término “tribu” no deja de ser excesivamente simple y, desde mi punto de vista, poco indicado para caracterizar la complejidad de sociedades como la nuestra. Una tribu tiene chamanes, jefes, supeditación y unanimidad en las representaciones ideológicas y culturales, por lo que la coherencia social es, por sí misma, contraria a la educación de nuestro tiempo. La ciudad actual no tiene nada de tribu, está poblada por ciudadanos de muy diverso pelaje; la pluralidad, la variedad y la complejidad son sus señas de su identidad.

Probablemente, el éxito de la expresión viene dado por la imagen de la escuela tradicional que, por contraste a la abrumadora presencia de la ciudad en nuestra vida cotidiana, sigue manteniendo la ruralidad como un eje estructurante y transversal de su discurso. Es la escuela que intenta enseñar el nombre de los vientos, los animales de la granja o el crecimiento de la judía. La que hace cantar viejas cancioncillas tradicionales,  que celebra añejas festividades de la falsa tradición reconstruida, que idealiza la vida rural (con influjos tribales) a pesar de la históricamente demostrada superioridad cívica de lo urbano.

Laia Coma, en su tesis doctoral, señala que el conocimiento ruralizante es importante, pero lo es más el conocimiento del medio urbano. “Este es el espacio, dice Coma, donde los niños se sociabilizan, que transmite a través de sus organizaciones políticas, económicas y sociales, conceptos tales como la moral del esfuerzo (…), de la pasión por el conocimiento, del respeto mutuo, de la solidaridad o de la austeridad”. Aquí deberían añadirse los valores de la tolerancia, del respeto a lo diferente, de la incorporación de culturas diferentes y, en definitiva del triunfo del mestizaje social y cultural.

 Frente al aforismo de la tribu, pretendidamente africano, en la tradición utópica europea encontramos interesantes ideas sobre el papel educador de la ciudad. En las utopías de los siglos XVI Y XVII, son las ciudades las que articulan la sociedad, contraponiendo los valores cívicos de la polis frente los que en aquellos momentos eran mayoritarios en la sociedad rural europea, dominada por el señor feudal o el cacique y bajo el control ideológico de la iglesia. La “Republica” de Platón, la “Utopía” de Tomás Moro o las “ciudades ideales” de Francis Bacon, Fancesco Patrizi o James Harrington y ya en el siglo XIX, Owen con su New Harmony, Fourier o Saint Simon, son ejemplos de cómo la ciudad se implica en la formación de sus ciudadanos.

El que imaginó con mayor acierto la responsabilidad social que debería tener la ciudad en la educación fue Tomás Campanella. Este dominico heterodoxo, defensor de Galileo, publicó en 1623 una obra titulada “La Ciudad del Sol”, después de haber pasado veinte años en la cárcel, acusado de  patrocinar una insurrección popular en su Calabria natal.

En “La Ciudad del Sol”, Campanella proponia una gran  fantasía teocrática en la que  el conocimiento era la base del orden social. La sabiduría debía ser la aspiración de todo ciudadano, ya que el hombre formado no se dejaría manipular por los ricos y tradicionales dirigentes de la sociedad a quienes les interesaba tener sumido al pueblo en la ignorancia para asegurar su dominio. Los habitantes solares deberían vivir conforme a la filosofía (en su sentido etimológico), únicamente sometida a los dictados de la razón, en conformidad con la cual acordaban ceder a la comunidad todos sus bienes, otorgando la responsabilidad educativa al conjunto de la la sociedad y no a las familias. En la “Ciudad del Sol” tanto los niños como las niñas, terminada la lactancia, pasaban a la custodia de los maestros, comenzando así su instrucción. Este modelo de ciudad educadora de comienzos del siglo XVII, supone un antecedente, muy radical, de la posición tradicional de los sectores progresistas que conciben la educación como una responsabilidad social. En estas visiones, la educación tiene una finalidad emancipadora y no simplemente reproductora como las que podemos imaginar en sociedades tribales.

 Las ciudades que aspiran a profundizar en un planteamiento integral, que convierta la urbe en un ámbito educativo en todos sus niveles, deberán  pensar en dar un paso más hacia una concepción de responsabilidad más compartida. Deberán promover una “educación en red”, como forma privilegiada de fortalecer la educación con la participación del conjunto de los actores sociales en una organizada trama. Se trata de ir más allá de lo habitual en los sistemas educativos occidentales e implicar e incorporar la educación al mismo concepto de gobierno ciudadano. Se puede afirmar que la ciudad educada es la ciudad bien gobernada; como indica Joan Manel del Pozo, educación y buen gobierno son sinónimos.

 Paulo Freire señalaba en un encuentro de ciudades que se planteaban este reto: “La ciudad se convierte en educadora a partir de la necesidad de educar, de aprender, de imaginar […], siendo educadora, la ciudad es a su vez educada. Una buena parte de su labor educadora está ligada a nuestro posicionamiento político y, obviamente, a cómo ejercemos el poder en la ciudad, a cómo la utopía y el sueño que impregnan nuestra política en el servicio a aquello y aquellos a quienes servimos”.  Por todo lo dicho se puede afirmar, que para educar a un niño hace falta toda la ciudad.

Joaquín Prats